lunes, 27 de febrero de 2017

Heráclito nada (Alberto Muñoz)

                                                                           Alberto en su casa del Arroyo Espera /2016




I

Olvido lo que hay que olvidar estando despierto; nadie sueña si no nada. Miro una orilla reverdecida que puede ser un ojo; la razón es un pequeño ojo. Lo que me rodea parece triste pero es pura sagacidad. Una razón desestabiliza todas las palabras que el oído no puede soportar. Se rompe la cáscara contra la orilla. Llegan noticias que viajan por el aire como nubes o desprendimientos. Habla una voz que hemos construido para entendernos. Nadando la voz se fatiga y sufre. La voz no esconde sus lujos. La voz es el manjar de la muerte.


2

El agua sale por la boca, es una fuente; se adhiere a la comunidad. Común es el aire que la lleva y la mueve. Común es la respiración que se adhiere a la comunidad. Viene de otro lado el ruido de unos escombros cayendo sobre la chata membrana del río. La comunidad se rompe, nace suavemente un huevo, un vicio lleno de saberes. El agua no sabe, muere cada vez que sabe. El agua es comunal. El saber, descomunal.

3

Los pies tocan la orilla. El cuerpo montado sobre ellos es amarillo y caliente. Caminando sobre una verde estación de hojas comienza la música. El cielo es el único tamaño a considerar. Si estuvieras cerca diría: Me complace tocarte y darte un tamaño mayor al de toda mi vida. ¿Sabés cuánto mide mi vida?

4

Tu perro está triste, Deberías enseñarle a nadar. Esos huesos que roe no pueden ser más que hiedras parásitas. Deberías atarle al cuello una felicidad bien enhebrada, leche de los astros que pueda sosegar su ferocidad. Yo tengo pocos animales a mi cuidado. Me complacería tener una boa, pero requiere cuidados que sólo le otorgué alguna vez a mi madre y hace mucho tiempo.



de "Los apestados / Heráclito nada" Ediciones en Danza, 2016.


Alberto Muñoz nació en Buenos Aires en 1951.Es poeta, músico, dramaturgo y guionista. Una de las voces esenciales de nuestro río, habita hace dos décadas una casa en el Arroyo Espera - delta de Tigre. Últimos libros publicados: El naturalista (En Danza, 2010), La luz contra el centeno, antología (Continente, 2013), Leyland (En Danza, 2015)

lunes, 6 de febrero de 2017

El jardín queda en tu imaginación (Lautaro Maidana)

El jardín queda en tu imaginación... 
Presentación del Libro del jardín en el II Festival de Verano “Las Hortensias” 
(Biblioteca Popular Genoveva) 


Lautaro y el tren


por Lautaro Maidana

He escrito un puñado de palabras mientras esperaba este Festival para contarles algunas cosas sobre el Libro del jardín, la tercera publicación hasta el momento del proyecto Ediciones Barriletes que les vamos a presentar ahora. Este libro tiene una escena inaugural. Es, sin embargo, una escena que me falta. No estoy en esa aula de la Escuela Primaria N.º 202 “Gaspar Benavento” de mi ciudad, pero mis compañeros me han contado varias veces que fue una mañana luminosa. Sofía, Milena y Kevin, talleristas de la Biblioteca “Esos otros mundos”, han preparado un taller para niños y niñas de un quinto grado de esa escuela paranaense que estábamos conociendo en 2014. Inquietos por el desafío de María Adelia Díaz Rönner (2011) a acarrear nuevos textos a la infancia, y así marcarle otros límites a la literatura infantil, estos tres talleristas les leen a un grupo de niños y niñas de alrededor de 10 años un fragmento de la novela La cama de Aurelia del poeta Arnaldo Calveyra. ¿Cómo llegaron a esa situación? ¿Cómo generaron las disponibilidades necesarias para que esos niños entren en poesía (Devetach, 2008), es decir, para que puedan estar de otro modo en el tiempo y en el espacio de esa aula cuando escuchan a otros leer literatura? Aunque estos son los datos que me faltan, he visto, he leído y he tocado varias veces lo que surgió después de esa lectura. En la novela, Aurelia Campodonico fue llamada por su madrina a mirar un jardín. En el taller, un grupo de niños dibujó y escribió ese mismo jardín con trozos de imaginación provenientes no solo de esa lectura reciente, sino de todo un camino lector y cultural previo. Hoy, esos papeles que quedaron del taller conforman el pliego desplegable y a colores que acompaña el Libro del jardín. En ese entonces, esos mismos papeles nos entusiasmaron a planificar junto a Graciela Genre Bert, la bibliotecaria de la escuela, seis meses de trabajo para el año siguiente, 2015, en que ese grupo cursaría el sexto grado de la escuela primaria. Pero, además, esas escrituras y dibujos infantiles vinieron a legitimar, para nosotros, una serie de hipótesis de lectura que nos permitía leer en los textos de ciertos escritores del Litoral una poética particular, la del jardín. “Apuntes para un Jardín” fue el nombre del grupo de lectura que a comienzos del 2015 acompañó ese proceso de planificación de los talleres, en el cual los talleristas leímos, discutimos y compartimos a los poetas que llevaríamos luego a la escuela. Poemarios de Diana Bellessi, Arnaldo Calveyra, Beatriz Vallejos y Reynaldo Ros fueron los alimentos literarios para pensar cómo llevar adelante un taller de poesía mensual junto a un grupo particular de estudiantes primarios y con el objetivo de inventar un libro durante todo ese proceso. Después, otras fantasías alimentarían nuestro proyecto de trabajo. Si en una mañana de taller habíamos dibujado todo un jardín de flores, ¿podríamos llegar a escribir un libro entero sobre ello, un libro sobre el jardín? ¿Qué caminos era necesario, entonces, tomar? Más aún, si ese camino se recorrería en una escuela, ¿escribir un jardín no supondría un proceso de enseñanza y de aprendizaje? Comprometidos en hacer que un taller de mediación de lectura tenga impactos en cómo se piensa la enseñanza de literatura en nuestras escuelas, el proyecto de trabajo que devino en este libro supuso la hipótesis de que para leer y escribir poesía es necesario establecer un vínculo pedagógico entre personas y textos, el cual posibilitara la emergencia de esos aprendizajes, luego de un trabajo perseverante en el tiempo. Por eso, este libro proviene también de esas y otras demoras perseverantes en el tiempo. Demoras junto a compañeros de militancia en Barriletes, la Organización Social de la que formamos parte, en la redacción de un proyecto de financiamiento del Estado municipal para que este objeto fuera posible materialmente. Demoras junto a Graciela y otros tantos trabajadores de la educación sin cuyos andares constantes y guías nuestra visión sobre lo que aún podemos hacer en la escuela sería acotada. Demoras junto a amigos talleristas en preparar talleres y luego escuchar los ruidos del hacer que ahí se producen. Demoras junto a niños y niñas en el silencio envolvente de un poema para aprender a leer y escribir poesía. Algo de todo esto tiene que ver con el esperar a los otros, para encontrarnos y luego guardar esos encuentros, según les conversará Kevin en un ratito. En 1986, Laura Devetach, sorprendida por las preguntas que alrededor del amor, la muerte y la escritura muchos chicos le hacían cuando ella los visitaba en sus escuelas, se lamentaba de cuán desamparados estaban los chicos para hablar y ser escuchados sobre ciertos temas (habría que ver si hoy lo siguen estando). Nos animó, entonces, a los más grandes, a los responsables individual y colectivamente por los más chicos (Montes, 1998), a volvernos más “maestras compañeras” con esta pregunta: “Si estamos preparando a los chicos para que se expresen: ¿estamos preparados nosotros para escucharlos? (1991:100). Me gustaría que en esta presentación, en la que seguro me estoy olvidando de contarles otras cosas importantes, nos detengamos a escuchar también qué dicen los niños poetas. Martín, en un taller en que le escribimos cartas a ciertas palabras, se hace preguntas que fundarían el arte poética de cualquier escritor que las lea y que de ahora en más quiera escribir algo sobre el paisaje. PAISAJE: ¿Por qué todos te admiran? ¿Por qué te sacan fotos? ¿Por qué te adornan con flores y plantitas? ¿Serás único, no lo sé, serás fantástico? Cada vez que te visito me sorprendes, en cada lugar que voy te veo, serás infinito. (2016, 46) Por su parte, Gabriel, dentro de un abismo extraño, puede conjugar la lengua escolar y la silvestre para conocer mejor el mundo de palabras que el taller le ha puesto a disposición. Él le pregunta al ¿POR QUÉ? (2016, 30): ¿Por qué en todas las palabras te usan? ¿Por qué te llamas por qué? ¿Por qué no te gustan los humanos? ¿Te gusta el petróleo? ¿Te gustaría conocerlo? ¿Por qué el Pablo no vino a la escuela? ¿Eres raza indígena, mulato, etc.? ¿Eres fantasma? ¿Te gusta que te usen? ¿Cómo te sientes? ¿Le vas a hacer una denuncia a Sarmiento? ¿Qué sexo sos? ¿Tenés amigos o amigas? ¿Me amas a cuanto más con las mismas ganas? ♫ Me pregunto: ¿por qué nos importa escuchar, leer, lo que tienen para decir los niños? ¿Por qué es importante hospedar la infancia, hacerles un lugar de protección integral en nuestro mundo de grandes? En relación con esto, ¿qué puede un taller de poesía mensual en la escuela, organizado por cuerpos comprometidos de adentro y de afuera de esa institución escolar? Acudo a las palabras de mis compañeros Hernán y Gabriela, del taller que tenemos en otra escuela de Paraná, y encuentro en ellas algunas pistas para continuar. Dicen ellos: En medio de una coyuntura en la que el Estado vuelve a ponerse el lente tecnocrático para leer en clave de estrategia los problemas educativos es necesario volver a señalar [junto a Flavia Terigi] que “la enseñanza es el problema que las políticas públicas deben plantearse desde el principio y resolver en el nivel máximo del planeamiento”. Elegimos entonces volver a la -siempre incómoda- pregunta por el lugar de la literatura en la escuela desde esta perspectiva: ¿sobre qué políticas públicas se sostienen esas escenas de intimidad en las que unx niñx se encuentra ante un poema susurrado o leyendo en silencio debajo de una mesa? ¿Qué escenas posibilitan las políticas públicas y sociales en las escuelas? (Baralle e Hirschfeld, 2016:24-25) Estas cuestiones tienen sentido en nuestro trabajo como talleristas de una biblioteca comunitaria y militantes de una organización social en cuanto hay dos insistencias que, siento, nunca son del todo atendidas por quienes queremos que lo hagan. Por un lado, una insistencia del orden didáctico, de políticas educativas. Para que la poesía tenga un lugar estable, planificado y cotidiano dentro de la escuela, ¿estaremos dispuestos a seguir reclamando políticas públicas y sociales para que este trabajo artesanal sea válido y posible en otras escuelas del país, de todo el país, toda una provincia, o toda una ciudad? En este sentido, y por otro lado, una insistencia del orden de los acuerdos mayores. ¿Cuándo vamos a lograr, como comunidad, como sociedad, adscribir a la Ley de Protección Integral de Niños, Niñas y Adolescentes? Quiero decir, ¿cuándo vamos a acordar finalmente que es ese el punto de partida para que los grandes nos hagamos responsables por esos sujetos de derechos que incluso los niños son? Por eso es que también celebro la intervención de este II Festival de Verano, puesto que en el camino de reforzar el cañamazo de las tramas de nuestras comunidades podemos responder esas respuestas mirando y estando cerca del trabajo de la Biblioteca Popular Genoveva. No quería desaprovechar esta ocasión para también agradecer por la hospitalidad y la posibilidad de conocer este lugar, esta hidro-geo-grafía y sus construcciones que tan bien demuestran que el compromiso y la amorosidad con que trabajan juntos los cuerpos son una apuesta por el futuro, por los que vendrán en ese tiempo. Por último, algunas cuestiones personales que también quiero compartirles. Por una parte, una confesión. Mientras preparábamos este viaje, les comentaba a Kevin y a Hernán que esta no solo sería la primera vez que habitaría por unos días una isla, sino que principalmente estaba muy entusiasmado porque sería la primera vez que viajaría en un tren. Del lado de mi mamá, provengo de una familia de obreros del ferrocarril. Incluso vivo en el Barrio Ferroviario de Paraná. Pero jamás había andado en tren antes. Siempre había sido parte de relatos familiares, de parientes que iban y venían de Paraná hacia lugares que todavía no conozco en Entre Ríos. Cuentos de vacaciones en trenes en los que yo nunca me había trasladado. Por eso también quería agradecer a este Festival, por lo inesperado que un encuentro puede provocar en las personas. Y por otra parte, un recuerdo. Cuando estaba en cuarto grado, la seño Marta nos hacía escribir composiciones, pequeñas narraciones que presentábamos muy formalmente en hoja aparte. Yo me esforzaba por tener un “vocabulario variado” según nos había enseñado la seño, lo que era más o menos tratar de no repetir siempre las mismas palabras, usar sinónimos, adjetivos por doquier, y demás. Recuerdo el tema de dos composiciones: una era relatar la historia de Pinocho de acuerdo a la película de Disney que nos habían hecho ver previamente, y que yo reconstruí como quise o como pude, porque había faltado a la escuela el día que pasaron esa película. La otra composición era inventarle otra leyenda a la de los delfines que contaban los tehuelches. Esta me había gustado más. Era sobre unos pececitos que, muertos, habían sido tirados al inodoro y luego resucitados en los conductos cloacales para llegar al mar transformados en delfines. Esas hojas ya no existen más. Nadie las guardó para volver a leerlas, tocarlas, o preguntar qué pasaba que escribía esas cosas. En las antípodas de este hecho, el Libro del jardín se constituirá como archivo en tanto haya otros que reciban sus palabras, que las lean como fueron pensadas y publicadas, como literatura. ¿Acaso escribir y publicar no es lanzar palabras para que destinatarios desconocidos se arriesguen a hacer cosas con ellas? Algo de todo esto ya sabía Martín al dejarnos este secreto con la confianza sin reparos que solo un niño puede dar, y que nosotros tenemos el deber de cobijar. Hay un secreto que ustedes no deben decirle a nadie! El jardín sólo abre las puertas una vez al año y ese día es hoy así que aprovechá y andá. (…) El jardín queda en tu imaginación si podés ir hoy me vas a ver jugando con las hormigas contra las mariquitas. 
Fin 

(2016, 31) 
Lautaro Maidana 
lautaro.maidana8@gmail.com 
02/02/17 

Envíos 
Asociación Civil Barriletes y Escuela N.º 202 “Gaspar Benavento” (2016). Libro del jardín. Paraná: Ediciones Barriletes. 
Baralle, Gabriela e Hirschfeld, Hernán (2016). “El lugar de la poesía en la escuela: entre los espacios íntimos y las políticas públicas”, en Revista Barriletes (N.º 183, diciembre 2016, pp. 23- 25). Paraná. Díaz Rönner, María Adelia (2011). La aldea literaria de los niños. Córdoba: Comunicarte. 
Devetach, Laura (1991). “Los chicos del destape”, en Oficio de palabrera. Literatura para chicos y vida cotidiana. Córdoba: Comunicarte, 2012. –-------------------- (2008). La construcción del camino lector. Córdoba: Comunicarte. 
Montes, Graciela (1998). “La infancia y los responsables”, en El corral de la infancia. México: FCE, 2011.

Como llevarse un abecedario a casa. Editar a niños y niñas desde una Organización Social.(Kevin Jones)



II Festival Las Hortensias / Mesa sobre edición e infancia con Cecilia Moscovich, Lautaro Maidana, Kevin Jones y Fabiana Di Luca




Como llevarse un abecedario a casa. Editar a niños y niñas desde una Organización Social. [1]

Kevin Jones
Asociación Civil Barriletes

Este texto es para Candela.

Hay un recuerdo que se liga, desde el comienzo, con lo que quisiera traer hoy a esta orilla, a este delta que, aunque lejano, sospechamos nuestro también. No  se trata de imágenes claras, sino más bien borrosas, que recuperé o imaginé hace pocos meses escuchando hablar a un inteligente profesor, amigo y maestro, Germán Prósperi. Germán visitaba nuestra Biblioteca Comunitaria, es decir, nuestra comunidad, en Paraná, junto a Daniela Fumis para hablar sobre infancia y escritura, a propósito de Y las estrellas caminaban como nosotros (Ediciones Barriletes, 2016)[2]. Sobre su intervención y la de Daniela, luego volveré. Ahora me quedo con aquel recuerdo que volvió a mí esa tarde para incomodar y provocarme. Por eso mismo, importa traerlo a esta conversación.
                Me recuerdo en el Jardín de Infantes, al término de una jornada. Durante ese día habría llamado mi atención un abecedario que la docente colgara en nuestro salón. A través del recuerdo, elaboro hipótesis sobre el origen de ese abecedario (se me asemeja a aquellos que podría haber recortado de una revista como Maestra jardinera), y el de mi fascinación: ¿esa sería la primera vez que observaba un abecedario? Cuando mi padre pasa a buscarme, le ruego pida a la maestra que me deje llevarme el abecedario a casa. Uno otros recuerdos, y me parece creer que nos permitían llevar juegos del Jardín a nuestros hogares…y tal vez, esa motivación haya provocado el desfasaje que suponía llevar el abecedario a casa. Salto entonces a otra escena, donde el abecedario está en el galpón que hay, aún, al fondo de la casa de mis padres. Miro, y a veces toco, esas láminas.

Toco las letras del teclado. Cuando me siento a escribir para responder a la invitación a un encuentro de este tipo, como el de hoy, casi siempre me siento en la obligación de justificar por qué escribo. Por qué escribir, y no hablar directamente.
                Vengo de la Biblioteca Comunitaria Esos otros mundos, dentro de una organización social entrerriana, la Asociación Civil Barriletes, donde creemos que todo encuentro con el otro se enriquece si nos proponemos esperar (preparar y aguardar) ese encuentro. Ese es un aprendizaje que proviene del Taller. Preparar un Taller –que es lo que tanto Lautaro como yo hacemos la mayor parte de nuestro tiempo en Barriletes-, es preparar alimentos para el encuentro con alguien que no conocemos, pero a quien tenemos el deber ético de aguardar en una espera sin medidas (Derrida 2001).
Entonces, sentarme, en otro tiempo y espacio, a escribir algo que traer aquí es un modo, el mío, de alimentar este encuentro que hoy tenemos. En Barriletes creemos mucho en los encuentros. Creemos en la esperanza que de ellos surge, y por eso creemos que a todo encuentro hay que cuidarlo. Cuidemos espacios como este, como Las Hortensias, que no puede más de increíble: todos nosotros, en una isla, encontrándonos. En el país del nomeacuerdo, necesitamos mucho de nuestros encuentros y nuestras ganas de encontrarnos. Por el recuerdo y por el encuentro es que supe que lo que quería traer aquí es una serie de inquietudes que atraviesan una zona del hacer barriletero, reciente aunque no por ello menos intensa, como lo es el proyecto editorial que traemos con nosotros.
La Asociación Civil Barriletes nació en 2001, en el marco de la crisis económica, política y social que conocemos. Esa crisis fue también una crisis de identidades para los muchos adultos que, perdiendo sus empleos, perdieron anclajes que los enlazaban con la realidad, que permitían llevar adelante proyectos de vida posibles, y que los reunían en un horizonte colectivo e imaginario. Por eso Barriletes fue y es ante todo una revista, la Barriletes, que funcionó y funciona como un medio de sustento. Bajo el lema Mendigar nunca más, la Barriletes se propuso como alternativa laboral, haciendo que más del 60% de su precio de tapa fuera directamente a manos del vendedor o vendedora que la ofrece. De esta manera, la ceremonia mínima de su venta ejerce -nos lo enseñaron con los años los propios vendedores- de forma de levantar la olla pero también la cabeza.
Decir "Yo soy Barriletes", "Yo soy barriletero" es nombrar una comunidad a la que volver a pertenecer. Y hoy, más de quince años después, seguimos siendo muchos los que nos nombramos bajo ese juego infantil, el de remontar barriletes. Hoy somos Barriletes los que operamos nuestra Radio Comunitaria, los niños y niñas de Villa Mabel y Paraná V que atraviesan nuestra biografía institucional, las docentes y bibliotecarias con que establecemos lazos cada vez más sólidos de trabajo conjunto y cooperación, los vendedores y vendedoras de la revista, quienes escribimos y leemos detrás de esos papeles, los talleristas. Y un etcétera lleno de rostros que tal vez ya podemos imaginar solos.
Ni sólo una Biblioteca ni sólo una Radio. El tiempo y las historias, personales y grupales, que lo atraviesan, supieron darle a Barriletes una compleja singularidad que portamos como marca. En esa trama es que el año pasado surgió Ediciones Barriletes. A propósito de la obtención de un financiamiento municipal, pudimos concretar la edición de tres materiales que circulaban de un modo u otro por nuestros haceres. Uno de ellos, el Barriletras, es una compilación sobre autores entrerrianos, movilizado por la fantasía de su divulgación. Y otros dos, Y las estrellas caminaban como nosotros y el Libro del jardín, surgen como parte de la poética de talleres vividos junto a niños y niñas en contextos que varían de libro a libro. Son las primeras producciones de la Serie Taller de nuestra editorial, que nos parecía no podía faltar en un proyecto de este tipo llevado adelante por Barriletes. Sobre ellos quisiera detenerme.

Y las estrellas caminaban como nosotros y el Libro del jardín surgen de recorridos marcadamente disimiles, pero comparten en su edición una misma pregunta. Al ser ambos libros compuestos por escrituras de talleristas y niños y niñas asistentes de los distintos espacios de Taller propuestos desde Barriletes, su proceso de edición se encuentra atravesado por una interrogación ya no acerca de cómo publicar textos escritos, firmados, por niños y niñas sino más bien por cómo mirarlos, cómo leerlos. Qué hacer con ellos.
Y las estrellas… fue escrito a lo largo de dos años en circunstancias que iban y venían dentro del trabajo territorial. Quiero decir: fue escrito entre las idas y vueltas que nosotros tuvimos con respecto a nuestro trabajo en dos barrios de Paraná (ya los nombré, el Paraná V y Villa Mabel). Sus escrituras cambian todo el tiempo. El poema que Nahir deja anotado en una libreta que luego es recogida dentro de este libro, con ilustración y todo, da cuenta de la poética implícita en este libro: "Árbol de savia. Hay viejos y viejas y árboles / cuando de repente aparecen hormigas" (31).
El poema no sólo dice del Taller en su tema –esa llegada de las hormigas se pone en serie con las metáforas que aprendimos para nombrar lo poético en nuestras vidas y la de nuestras comunidades- sino que también señala el Taller por lo no dicho. Sobre esto volvía Germán Prósperi, cuando al leer ese poema se preguntaba:

“¿Dónde radica la potencia de este aprendizaje? ¿Cómo es posible escribir un poema sin haber aprendido las reglas? ¿De dónde sale esa enumeración polisindética, ese surgimiento de lo inesperado, ese enfrentamiento desasosegante entre los hombres y los animales en ese mundo sin jóvenes, sólo poblado de viejos y viejas? La escena de enseñanza ausente repone en la brevedad del trazo un tiempo extenso, tiempo de trabajo, de plaza de septiembre, de vereda, de puro encuentro.” (Prósperi 2016:7)

Ariel, motivado por una consigna de Taller escribe en otro sitio y año éstas líneas que también se compilan en Y las estrellas…: "Estaba saltando yo tenía la línea y lo saqué estaba en el río y como era así de grande no lo podía sacar después lo matamos. Alcanzó para dos" (13)
Alcanzó para dos. Daniela Fumis respondió a este libro con un texto que se centra en el lugar que ocupa el comer en los textos de los gurises dentro de Y las estrellas. Dice ella: "(...) lo singular en Y las estrellas caminaban como nosotros es la forma en que se funda una poética del comer, de la acción de comer. Nada más claro para mostrar cómo se juega lo que se abandona. Como, suspendo el tiempo en ese acto, y cuando termino de comer, paso a otra cosa.”
La poética del comer no es lo único que se funda, porque también parece que el comer se vuelve motivo de comunidad:

"(...) en el texto comer es el modo más honesto de crear comunidad. Queda manifiesto desde el primer poema de Gabriel: las estrellas se comen entre ellas y no hay nada más evidente en su propia lógica que “después largarse”. Ése es el gesto de la infancia.

Por supuesto que no aludo aquí a la cuestión del comer como una metáfora de las condiciones alimenticias de los niños. Estoy hablando de otra alimentación." (2)

Alcanzó para dos. ¿De qué nos hablan las fantasías, las escrituras de nuestros niños y niñas? ¿Cuál es el qué de esas ficciones? ¿Les prestamos atención, es decir, las leemos o basta con decir qué lindo lo que escribió Ana, de siete? El gesto de Daniela nos sorprende y fascina porque finalmente lee el libro, ubicando la escritura infantil en un lugar que no suele ocupar. 
En nuestro país, esto tiene que ver con aquello que Maite Alvarado y Gloria Pampillo (1986) supieron enseñarnos acerca de los circuitos de la escritura infantil. Históricamente nacida en contexto escolar, aquella escritura quedaba recluida generalmente a un lector –más bien, una lectora- absoluta: la maestra. En la escuela, hacíamos como si escribiéramos una noticia, un informe, una crónica o un poema. Pero, en verdad, escribíamos nomás para que nos corrijan. La corrección falseaba una escritura que nunca se volvía noticia, ni crónica, ni poema y que quedaba como puro artificio del espacio escolar. La falta de destinatarios reales de esa escritura, cancelaba las posibilidades de lectura, es decir, la distancia de tiempos y espacios entre lo que se escribe y lo que se lee.
Al planificar la edición y publicación de las escrituras infantiles, apostamos a una hipótesis de trabajo opuesta a los mecanismos que nos distanciaban de la lectura de la letra infantil. Publicar esas escrituras como literatura es una hipótesis, pero también una fantasía de intervención (Gerbaudo 2011) que actuamos como equipo desde Ediciones Barriletes. Decidir publicar un libro con escrituras de niños y niñas supone fijarlos, anular la corrección y si acaso, colocar la edición en su lugar. Publicar Y las estrellas y el Libro del jardín implica la difícil tarea de recibirlos, así, tal como los chicos los dijeron para que un tallerista escriba, o como escribieron en un papel que queda luego en Barriletes.  La serie Taller entonces crea archivo de las escrituras infantiles desde una ética particular (Gerbaudo 2010) que las guarda, esperando recibir algo de ellas. Es, de nuevo, la imagen del encuentro. Solo que esta vez, ante la infancia[3].
A propósito de esto, escribe Tomás Montero, de once años, en el Libro del jardín. Allí el proyecto de libro fue constitutivo y anterior a la edición. Es decir, formó parte implícitamente de la poética de Taller dentro de un año de trabajo junto al 6to grado de una Escuela Primaria de Paraná, la Nº202 Gaspar Benavento. En ese libro, Tomás escribe alrededor de la palabra sueño:  

Soñar es la cosa más linda. Sería lindo vivir en tus sueños en los que te hace reír, llorar, jugar, divertirte e imaginarlo todo y vivirlo en ese momento. No estar ni adentro ni afuera. Es un espejismo lindo.
Estar en el taller te hace pensar e imaginarlo. Entender la palabra. 
A veces me imagino en otro lado o recordar y reírme solo por acordarme de eso.  Tomás Montero (22)

Entender la palabra. ¿Cómo recibir esa palabra, la de la infancia? ¿Cómo escuchar a la infancia? Probemos hasta dónde puede atravesarnos esa pregunta. A mí, ya no sólo como parte de Ediciones Barriletes. No. Me atraviesa como militante.
Graciela, la bibliotecaria de esa escuela, me cuenta que un nene dejó un papelito en el escritorio de su docente: "Mis papás se drogan". Llego a un pasillo del V, y veo a C. corriendo de un lado a otro entre adultos que esperan en las puntas de la esquina. Me dice que ahora no puede hablar. Parece estar cerrando una negociación para los demás. T. se larga a llorar leyendo Sucedió en Ganduxer, de Arnaldo Calveyra. Dice que porque le da miedo terminar la escuela. ¿Será eso nomás?
Tal  vez, si fuéramos más adultos escuchando a nuestros niños y niñas no sería tan complicado para Graciela y para mí saber qué hacer con ese papelito. Tal vez si contáramos siempre (porque a veces pasa y a veces no, y así vamos, librados a la buena de dios) con compañeros y directivos presentes. No sé. Quisiera que ustedes también se preocupen por ese papelito.


En 1984, Laura Devetach escribió un texto sobre el que nos haría bien volver: "Cuando los libros muerden a los chicos". En esa intervención, Devetach llama a la ausencia de propuestas editoriales y comerciales de literatura para niños desproducción. Se convierte así quizás en una de las primeras autoras del campo en dar cuenta de los efectos directos que habían tenido los diferentes mecanismos de censura establecidos sobre la literatura infantil durante la última Dictadura cívico-militar. Un régimen que, en el caso argentino, cortó, entre tantos otros procesos, un auge estético y de marcada modernización de nuestra literatura para niños que supo iniciarse en los ’60 y que se encontraba en aumento para marzo del ’76. Durante los '80 nuestra Literatura infantil tuvo una renovación que supo darle empuje pero eran demasiados los fantasmas que nos quedaban. Como dice Graciela Montes (1997), la literatura entró a la Escuela en los '80 pero fue separada asépticamente y domesticada[4].
En ese texto, Devetach retoma la famosa pregunta por el valor de los textos para chicos ("¿y ese cuento qué te deja?") invirtiéndola y descubriendo la desnudez adulta que supone: "¿Podemos desplazar la responsabilidad de padres o educadores y hacerla recaer sobre el libro?, ¿podemos convertirlo en sustituto de nuestros vínculos con los chicos?, ¿es válido depositar toda esta responsabilidad solamente en los libros?" (66).
Habría que buscar, dice Devetach desde los '80, nuevas formas de producción, selección y uso de los libros para chicos. Ponerlos en una lancha, por ejemplo, como felizmente sucede aquí en el Libros para viajar. "Para que no sea una utopía implementar la participación de los chicos en la misma producción, y para que algún día, realmente, los libros no muerdan a nadie" (69). Pero también habría que, al mismo tiempo, buscar otros modos de relación entre los chicos y nosotros. Esa responsabilidad que ya no puede ser dejada a los libros, y en la cual sí debemos tomar parte plenamente. En ese nuevo juego, los libros tal vez puedan ocupar un lugar, tal vez podamos ir a ellos para encontrar el modo de imaginar esas comunidades y sus nuevos acuerdos.
Nos podemos animar a decir que la desproducción de libros infantiles que denunciaba Devetach en la democracia reciente hoy ha cambiado, y nos encontramos con un impulso sostenido de la edición de libros infantiles de todo tipo. Aunque la crítica literaria aún demora en ejercer la lectura de la literatura infantil, y sigue teniendo sus reservas, y aunque aún nos gobiernen a veces la pedagogía y la moral al mirar un cuento para niños, la enorme potencia que la poesía y narrativa infantojuvenil tiene en nuestro país, es decir, todo lo que se escribe en nuestro país para niños desde los '80 hasta hoy nos indican que la literatura infantil va a ganar finalmente la partida.
Incluso podemos extender la hipótesis no solo de los libros para niños sino hacia los libros de niños. Cerquita de estas publicaciones entrerrianas de las que aquí hablo, en la vecina Santa Fe se editó el año pasado Había una vez un libro, producto de todo el movimiento que genera el proyecto Lectobus en distintos barrios de esa ciudad, bajo la coordinación de Alicia Barberis. Y todo el país quedó hilado también con la publicación de Pie firme sobre cálido cielo. El libro de los chicos y chicas de Poesía en la Escuela, rumiado en parte en este mismo delta, y con el cual aún nos quedan muchos talleres por hacer. A muchos gurises les estamos acercando palabras para escribir, y parece que por suerte al fin hay muchos adultos guardando esas escrituras.

Sin embargo, ¿va a poder cambiar nuestra relación con la infancia este movimiento? Además de editarla y publicarla, ¿vamos a leer la infancia? En momentos en que triste y vergonzosamente, nuestro país revive un debate sobre la edad de punibilidad de nuestros niños y jóvenes, es urgente que podamos responder a esa pregunta. Con una Ley Nacional de Protección Integral de Niños, Niñas y Adolescentes que cada vez cumple más años (la fiestita sería de doce en este que entra), y en cuyo nombre seguimos armando paneles y protocolos, pero sin obtener una gota del presupuesto, la formación, la decisión y la voluntad política que ameritan su plena ejecución, nuestro país se debe aún otro tipo de debates sobre la infancia[5].
Ojalá estos libros contribuyan a abrir polémicas sobre la infancia. No dudo en que todos quienes estamos aquí sostenemos diversos compromisos con la infancia, solo digo que quizás el actual contexto requiere que nos hagamos escuchar de otros modos. Un camino en el cual importa mucho estar juntos. En el espacio que sea: será la Red Federal de Poesía, será Poesía en la Escuela, será Las Hortensias, será. Pero estemos juntos.
Por último, ¿alcanza con el desfasaje de la crítica literaria argentina, con la ausencia de teoría o con la desproducción sistemática para explicar esta resistencia a leer la infancia? ¿No será que hay algo más con  leer la infancia? Tal vez sí, y puede que se trate de que al leer la infancia, cuando lo hacemos de veras, ya no hay vuelta atrás. Cuando nos animamos a mirar ahí y nos sentamos a leer, a leer de verdad, no de mentiritas, uno ya no se puede volver a hacer el tonto.
A partir de acá tenemos que elegir caminos, como en el poema de Zoe en el Libro del jardín:


Caminos
Cuando pienso en un camino pienso en un libro. Me pregunto ¿son todos los caminos iguales? ¿Por qué algunos son cortos y otros largos?
¿Por qué algunos son más grandes y otros chicos?
¿Por qué no son iguales todos los caminos?
A veces cuando quiero ir a un lugar por un camino corto un camino largo está presente. Quiero cortar camino pero no puedo. A veces tengo que ir en auto, otras caminando.

Esto es lo que le digo a mi camino. Zoe Bravo (25)

¿Qué vamos a hacer con estas escrituras? ¿Ustedes dónde las va a poner? ¿Vamos a elegir el difícil trabajo de la lectura? ¿Vamos a elegir el silencio de algunas bibliotecas o el bullicio de otras, de unas hamacas en Villa Mabel que van y vienen en medio de un sol que nunca nos entibió tanto?
Más temprano, Germán nos hacía pensar en la escena de enseñanza ausente que está detrás de los niños que escriben. Eso, ¿se lee en un libro de niños? ¿Hay sitio, fuera de los primeros años de Escuela, para observar un abecedario? Una vez que aprendimos el rudimento de unir letras para formar palabras, ¿para qué sirve un abecedario? ¿Qué objeto tiene detenernos, de nuevo, en él? La repetición, el ritornello, que significaría volver a posar la mirada en el abecedario, lleva a su límite la escena de enseñanza y nos descubre solos –ya no hay Maestra alguna a la que pedir permiso, y debemos, fuera de ley, profanarlo solos- pretendiendo aprender algo más desde él.

En diciembre pasado, Candela Caudana, quien se encargó de diseñar estos libros, me envió una tipografía que creó en el marco de una Maestría Universitaria. Como Germán y Daniela, Candela supo hacerse también de su camino desde la Universidad a Barriletes. Y todo parece indicar que en los años que vengan podemos aún ser más quienes nos hagamos de esos caminos. Para ir, para volver. Al mirar esa tipografía, me di cuenta que tal vez Candela fue quien mejor ha leído estos libros. Dibujar de nuevo las letras del abecedario, una a una. Creer que para dar lugar a la infancia, en este asunto de nacimientos y esperas, es necesario crear nuevos espacios, nuevas letras, nuevos cuerpos, nuevos libros. ¿Habrá sido así? ¿Le habré pedido a papá un abecedario? ¿Para qué quisiéramos llevarnos un abecedario a casa? Leer la infancia es juntar las letras, tratar de ordenarlas de nuevo. A veces tocarlas. Miro las letras que dibujó Cande y me quedo con una última hipótesis. Me gusta pensar que, al final, ella sí supo cómo llevarse un abecedario a casa y quedárselo.  

















Referencias

Alvarado, Maite y Pampillo, Gloria (1986) “La escritura en la institución escolar” en Alvarado, Maite (2013) Escritura e invención en la escuela. Selección de Yaki Setton. Buenos Aires: FCE.  81-104.

Asociación Civil Barriletes (2016) Y las estrellas caminaban como nosotros. Paraná: Ediciones Barriletes.

Asociación Civil Barriletes y Escuela Nº202 Gaspar Benavento (2016) Libro del jardín. Paraná: Ediciones Barriletes.

Díaz Rönner, María Adelia (2011) La aldea literaria de los niños. Selección a cargo de Gustavo Bombini. Córdoba: Comunicarte.

Derrida, Jacques y Élisabeht Roudinesco (2001). Y mañana qué… México: Fondo de Cultura Económica, 2003. Traducción de Víctor Goldstein.

Devetach, Laura (1984) “Cuando los libros muerden a los chicos” en (1990) Oficio de palabrera. 2da edición. Córdoba: Comunicarte, 2012. 64-69.

Fumis, Daniela (2016) “Bocados de infancias, porciones de afectos, en los tiempos de la lectura barriletera.” Panel – Sobre los bordes de la infancia y la escritura. VII Festival Nacional de Poesía en la Escuela. Paraná. (Mimeo)

Gerbaudo, Analía (2010) “Archivos de tela, celuloide y papel. Insistencias del arte y de una teoría en (des)construcción” Telar. Revista del Instituto Interdisciplinario de Estudios Latinoamericanos. Volumen 1. San Miguel de Tucumán. Facultad de Filosofía y Letras. Universidad Nacional de Tucumán. 31-50.
---. (2011) “El docente como autor del curriculum: una reinstalación política y teórica necesaria” en Analía Gerbaudo, Comp. (2011) La lengua y la literatura en la Escuela Secundaria. Santa Fe / Rosario. Ediciones UNL – Homo Sapiens. 17-27.
---. (2012) “Sobre la dicha de tener polémicas” Estudios de Teoría Literaria. Revista digital. Año 1. Número 2. Facultad de Humanidades. UNMDP. 83-98

Jones, Kevin (2016a) “Aguardar la infancia” en Asociación Civil Barriletes (2016) Y las estrellas caminaban como nosotros. Paraná: Ediciones Barriletes. 57-63.
---. (2016b) “Talleristas que escriben para volver” en Analía Gerbaudo e Ivana Tosti, editoras (2017) Nano-intervenciones con la literatura y otras formas del arte. E-book. Santa Fe: Ediciones UNL. 152-163

Montes, Graciela (1997) “Ilusiones en conflicto” en (1999) La frontera indómita: en torno a la construcción y defensa del espacio poético. México: FCE.

Panesi, Jorge (2003). “Polémicas ocultas”. Boletín 11, 7–18.

Prósperi, Germán (2016) Sin título. Panel – Sobre los bordes de la infancia y la escritura. VII Festival Nacional de Poesía en la Escuela. Paraná. (Mimeo)




[1] Escribí este texto interrumpido por diferentes recuerdos. Por el del comienzo, que se impuso a cualquier otro plan de escritura. Pero también el de algunos lectores de estos libros (Daniela, Germán, Candela), y algunos debates que se repiten a nivel país alrededor del lugar de la infancia en una comunidad. Ojalá pueda, además de aportar a la necesaria reflexividad de nuestras acciones y su problematización, apostar desde la escritura a las polémicas que estos temas nos merecen (Panesi 2003, Gerbaudo 2012).
[2] El Panel “Sobre los bordes de la infancia y la escritura”, que contó con la presencia del Dr. Germán Prósperi (UNL / UNR) y la Prof. Daniela Fumis (UNL) fue realizado el 30 de septiembre de 2016 dentro de la Biblioteca Comunitaria Esos otros mundos de la Asociación Civil Barriletes, en el marco del VII Festival Nacional de Poesía en la Escuela que por esas fechas recorría nuestro país. Las intervenciones críticas de esa tarde fueron guardadas y publicadas en Youtube: https://www.youtube.com/watch?v=pAPjxmg96FA&t=2554s
[3] En Y las estrellas caminaban como nosotros dejé escrita una hipótesis posible para recorrer ese libro que sigue esa línea, y que se constituye en una política de infancia: aquella que la aguarda (2016a). 
[4] Estos aspectos, y los que siguen, han sido recorridos con audacia por la escritura de Díaz Rönner a través de los años (2011).
[5] Para una referencia más extensa a los posicionamientos de Barriletes alrededor del trabajo con la infancia, me permito enviar al texto “Talleristas que escriben para volver” (2016b).